LA HISTORIETA Y LA ACULTURACIÓN


Los nacidos en las décadas del 50 y 60 del siglo pasado, podemos decir que involuntariamente vivimos una transición en la aculturación de nuestro país o tal vez, del sur del continente.
Mientras las ciudades florecían y se desarrollaban con el esfuerzo de una generación que trabajaba a destajo, los niños de aquella época utilizábamos la imaginación y la destreza en nuestros juegos. Los inviernos eran crudos, sin embargo, nuestras madres nos mandaban a la escuela con pantalón cortito hasta los últimos grados de la escuela primaria y las nenas con polleritas y gruesos tapados, soportaban los gélidos inviernos.
En ese marco, los veranos por demás calurosos en esta parte del país, obligaban a “la siesta” o a leer, que era un ejercicio que permitió a toda la generación familiarizarnos con personajes de historietas nacionales como Patoruzú, Patoruzito, con sus familias como el play boy Isidoro Cañones, la Chacha, Ñancul, Upa, o los caballos Pampero y Pamperito y todos los personajes que hacían las delicias de los niños con sus aventuras.
A esa tradicional historieta que esperábamos cada semana, a veces en la estación del ferrocarril para tenerla antes, se sumaban otras con personajes como Lúpin, un pi toresco piloto de avión; Afanancio y su tío Olegario y su amigo Bambufoca, burgueses venidos a menos con sus smokings surcidos; o “Telompotodo” un personaje “tintorero y judoca” entre tantos otros.
Poco a poco, las revistas nacionales “en blanco y negro” debieron ponerse en guardia con la llegada de revistas “a todo color” y con personajes extranjeros como Pato Donald y toda la troupe de Disneylandia o Superman; o Batman y Robin, los que se intentó frenar con personajes nacionales como “Pata Man y Robinete”, que lejos de ser audaces como los importados, resolvían satisfactoriamente las cuestiones en forma escandalosa.
Imperceptiblemente para nuestros padres, que ocupaban la mayor parte de sus horas trabajando, nos fueron imponiendo personajes e historias que nada tenían que ver con nuestras raíces y comenzó el proceso de aculturación. El desafío para las nuevas generaciones, sería revertirlo con la memoria de los abuelos con las de 60 años.

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