¿ANTES ERA MEJOR? LOS JUEGOS OLVIDADOS


A partir de esa pregunta, surgen una serie de reflexiones como parte de las vivencias de los niños de hace 60 años rescatadas en el libro del mismo nombre, cuyo autor es quien escribe.

El juego del Ta Te Ti en las siestas de verano o atardeceres de invierno, las carreras de chapitas en los cordones de las veredas, las rueditas “de penicilina” que se adaptaban a los autitos plásticos para lograr mayor velocidad, la colección en álbum y juego de figuritas, la construcción de barriletes para remontar con los infaltables vientos de agosto, son sólo una muestra de la forma en que los niños ocupaban su tiempo por aquellas épocas... allá por la década del ’60.

“Todo tiempo pasado fue mejor”... reza un dicho popular con el que seguramente no muchos coinciden, mientras otros, los más nostálgicos, lo aceptarán a pié juntillas...Este trabajo es un rescate de la destreza e ingenio que ponían de manifiesto los niños de hace 50 o 60 años.

 

La evolución de la tecnología, trajo como consecuencia que los niños y adolescentes dejen de lado muchos juegos manuales y de destreza atraídos por las nuevas propuestas que tienen como eje principal la computación y en los últimos tiempos, en incontrolable avance de la tecnología en los teléfonos celulares. ¿Cuál es la barrera entre lo nocivo y lo práctico de una y otra cosa?

 

La inocencia de muchos juegos de conjunto, fue reemplazada por el individualismo de la computadora que en la mayoría de sus juegos propone a los chicos “eliminar” a sus rivales, lo que según interpretación de algunos especialistas constituye un claro signo de inducir a la violencia.

A principios del siglo XXI surgieron los “cyber”, en los que los chicos se “asociaban en red” para jugar a “eliminar” rivales virtuales, lo que obviamente y al igual que el ejemplo anterior, impone la competencia violenta. Hoy lo hacen desde su propia casa, con la conexión familiar.

 

La falta de legislación actualizada al respecto, impide un control real sobre lo virtual. Los chicos pasaban horas frente a las pantallas mientras sus padres no sólo ignoran el nivel de los programas que manipulan, sino que en la mayoría de los casos los desconoce.

En ese marco complejo, es práctico revalorizar experiencias de antaño para compararlas con la actualidad. No es bueno prohibir. Ese término es desagradable a la interpretación de cualquier generación, pero ante el hecho consumado que representa la proliferación de los “ciber-juegos”, es interesante que los jóvenes, cuyos padres no han podido transmitir la enseñanza de los antiguos juegos, puedan revalorizarlos a través de la lectura, la observación de recreaciones en imágenes y evalúen si es posible desarrollar ambas alternativas en forma simultánea. 

De chicos andábamos en autos que no tenían cinturones de seguridad ni bolsas de aire (airbag). Ir en la parte de atrás de una camioneta era un paseo especial y todavía lo recordamos.

Cuando andábamos en bicicleta no usábamos casco, tomábamos agua de la manguera del jardín de algún vecino y no de una botella de agua mineral. Pasábamos horas construyendo los famosos “karting” con ruedas de rulemanes o bolilleros y los que tenían la suerte de tener calles inclinadas los echaban a rodar cuesta abajo y en la mitad se acordaban que no tenían frenos. Después de varios choques con los matorrales aprendimos a resolver el problema.

Salíamos a jugar con la única condición de regresar antes del anochecer. La escuela duraba hasta el mediodía o hasta media tarde. Llegábamos a casa a almorzar o a tomar la leche, según al turno que fuéramos. No teníamos celular, así que nadie podía ubicarnos.

Nos cortábamos, nos rompíamos un hueso, perdíamos un diente, pero nunca hubo una demanda por estos accidentes. Nadie tenía la culpa sino nosotros mismos. Comíamos masitas, bizcochitos de grasa, pan y manteca, dulce de membrillo con queso, tomábamos bebidas con azúcar y nunca teníamos exceso de peso porque siempre estábamos afuera jugando. Compartíamos una bebida entre cuatro tomando en la misma botella y nadie se moría por esto.

No teníamos Play Stations, juegos de video ni 180 canales de televisión por cable, videograbadoras, cine, sonido surround, 2 D, ni 3 D, ni HD, ni 4 K, ni  computadoras, chat rooms... no, por ese entonces esas cosas no existían pero… teníamos amigos.

 

Salíamos de casa, nos subíamos a la bicicleta o caminábamos hasta lo de un amigo, tocábamos el timbre o sencillamente entrábamos sin golpear y desde allí  salíamos a jugar… síííí… ahí afuera!!!

¿Cómo hacíamos?... nos las arreglábamos con palitos y pelotas de trapo y si se formaba algún equipo para un partido y si éramos muchos y alguno era suplente, no necesitábamos un psicólogo para resolver el trauma.

Algunos estudiantes no eran tan brillantes como otros y cuando perdían un año lo repetían. Nadie iba al psicopedagogo, al gabinete extra curricular, nadie tenía dislexia. Simplemente repetía y tenía una segunda oportunidad. Teníamos libertad, fracasos, éxitos, responsabilidades y aprendimos a manejarlos.

Sí, así creció una generación, la “intermedia”, esa en la que hoy todos pasamos “los 60”. Por eso es importante que este trabajo llegue a las nuevas generaciones. No con la intención de “apuntar” a la actualidad sino simplemente para que los más jóvenes sepan qué hacíamos los chicos de antes.

Tal vez algunos dirán “qué aburridos”, otros valorarán la destreza en la construcción de un carrito, un avión, un barrilete, un autito o una espada de madera. Pero a nosotros... ¿quién nos puede decir que con ese poquito no éramos felices? (Continuará)

 

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