Siempre se ve distinto del otro lado…
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Además de un gran escritor, José Saramago fue una
persona moralmente admirable, con una profunda sensibilidad al sufrimiento y la injusticia,
particularmente la que históricamente han sufrido los pueblos indígenas de América.
En una intervención en el Encuentro Internacional
Becas Líder en Cartagena, Colombia, en 2007, Saramago pronunció un lúcido
discurso que ahora es más vigente que nunca. Lo tituló El lado oculto de
la luna y en él subraya el increíble olvido de la injusticia que
existe entre los gobiernos y los pueblos, tanto europeos como en los países
americanos cuyos poderosos en algunos casos, aun en tiempos recientes, han
sido más opresivos que los propios "conquistadores". Este
olvido, este abandono y está injusticia son como "el otro lado de la
luna": no lo vemos pero define la situación de los pueblos indígenas.
Al respecto, surgen dos preguntas: ¿dónde están los indios? ¿Los pueblos
indígenas son también iberoamericanos? Y a la par, una pregunta incómoda
pero esencial: "¿Y por qué, en un encuentro en que, entre otras cosas, se
habla de la identidad iberoamericana, no se habla también de las otras
identidades que conforman el continente? ¿No tienen el mismo nivel cultural? ¿O
será que no tienen el mismo nivel económico?".
Evidentemente, vivimos un sistemático desprecio
de los pobladores nativos, que además suele ser una forma de esnobismo y
malinchismo interiorizados por las sociedades de los países
latinoamericanos. Pues:
Cuando aquí llegó Colón y cuando a Brasil, a lo que
después se llamó Brasil, llegó Pedro Álvares Cabral, encontraron gente y
culturas, algunas de ellas muy avanzadas. Había idiomas, había literatura,
aunque en algunos casos sólo se expresara oralmente, pero el cuento, aún no
escrito, es ya una manifestación literaria. Se habla mucho de integración, es
la "palabra mágica", pero el portugués se pregunta: me gustaría saber
qué integración estarían dispuestas a conceder las clases privilegiadas y
dominantes, qué parte de los indígenas iban a reclamar como propias. Me temo
que ninguna, que integración significa que "ellos" se incorporen a
los valores dominantes. O sea, puesto que no habrá integración, y lo sabéis, en
el sentido de inter-actuación, a los indios no les quedan más que dos
alternativas: desaparecer y, por así decir, limpiar el terreno, que más o menos
es la idea que tiene, por ejemplo, Israel con respecto a los palestinos,
sencillamente espera que se acaben y está haciendo todo para que eso ocurra,
que adopten los modos y las maneras hegemónicas. De integración y de mestizaje,
nada, simplemente drástica imposición, aunque sea hecha a través de sutiles
maneras.
Rápidamente los indígenas se convirtieron en
siervos, cuando no fueron asesinados o puestos en reserva. Pero todavía
hoy siguen vigentes estas prácticas:
La pregunta que os dirijo, como estudiosos
aventajados, es esta: cuántos millones de indios existen desde México hasta el
sur del Sur. Cuántos mapuches, por ejemplo, sean de Argentina, sean de Chile...
A los de Chile, parece que les queda menos del diez por ciento de su territorio
histórico. El resto les ha sido robado por grandes multinacionales. Por
ejemplo, tanto en Argentina como en Chile, Benetton es propietaria de
territorios que son como países. Los indios han sido saqueados y, ahora, a los
que protestan, se les aplica una ley antiterrorista aprobada en Chile.
El proceso de desarraigo es también un crimen
cultural, al que se le suma la nueva colonización de la cultura capitalista
global, que amenaza con cortar las pocas raíces vivientes que quedan
en todo el mundo, desde India a México.
Recordad que esos pueblos llevan cinco siglos de
humillación. Les robaron sus idiomas, les robaron sus creencias, les robaron su
tierra, les robaron sus dioses. Les robaron todo, todo, todo, todo. No tengamos
ninguna ilusión: lo que ocurrió fue una extorsión, un robo montado con eficacia
y acompañado de la imposición de una nueva religión que, casualmente, es una
religión también de humillación, de negarse a sí mismo. Hay algo de
maquiavélico en todo este proceso que ya lleva, se arrastra, quinientos años.
Se les ha olvidado el indio. Y eso es grave. Es
grave porque, si se nos olvida una vez, podemos corregirlo, pero si se olvida
una vez y dos veces y tres veces, porque los indios han sido olvidados todos los
días que empezaron en el 1500, hasta el día de hoy, entonces la cosa va mal,
muy mal, es como si no hubiéramos avanzado en derecho internacional, como si no
se hubiera abolido la esclavitud, al menos legalmente. Hace un tiempo que vengo
diciendo, con algunas sonadas divergencias, que el futuro de América, de esta
Nuestra América, o América del Sur dependía mucho de la emergencia de los
pueblos indígenas. De la emergencia de los pueblos, o sea, emerger desde el
fondo y aparecer a la luz del sol. Porque una América que recuperase su
identidad primera en la figura de esos indios, de esas personas, sería
seguramente distinta.
Quizá la aportación de esta gente, en las distintas
edades o grados de desarrollo, con sus valores, algunos tan interesantes,
puedan realmente cambiar América. Porque América necesita ser América y no
dirigir su mirada a los países de Europa o a Estados Unidos, que siendo
América, tiene otra tradición y otros valores. Ustedes son otros, son
distintos; no quieran ser idénticos a nadie más. La identidad de América del
Sur tiene que pasar por la aportación, por una recuperación del otro, del
indio. No se olviden. Porque olvidarse una vez más de la cara que la luna ha
querido ocultar sería una infamia y ya es hora de acabar con la infamia de cinco
siglos de extorsión y de humillación.
¿Cómo sería la historia si la pudieran escribir los
indígenas, la voz silenciosa? ¿Y cómo sería la vida actualmente si pueblos
menos voraces y más atentos a la naturaleza no hubieran sido desplazados por la
voluntad de poder de la cultura angloeuropea?
La historia siempre la escriben los vencedores.
Imaginen cómo sería la historia de América, de esta Nuestra América, escrita
por los indígenas, por los indios ¿Cómo sería? Cinco siglos después quizá ya
sea el momento de volver al sentido común. O de imponerlo, frente a los
intereses que no están llamados para ser árbitros de nada, después de haber
sido parte abusiva de todo. Es la hora de que veamos la luna en todo su
esplendor. No la tapen, por favor.
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