“EL VIRUS PERSONALISTA”

 Santa Rosa, La Pampa, 5 abril de 2023 - 


 

    Entrevistado recientemente por el periodista Tomás Rebord, el presidente Alberto Fernández reflexionó sobre la realidad del país y el acontecer electoral nacional, subrayando que el “personalismo en política” es altamente nocivo para el normal desempeño del sistema democrático argentino y la vida interna de los partidos políticos que lo componen.     

   En el mundo, las ideologías políticas han sido pragmáticamente cegadas por el avance desmesurado del personalismo dirigencial, un fenómeno que politólogos, sociólogos y comunicadores sociales vienen advirtiendo desde hace décadas, al observar que los intereses empresariales mediáticos concentran sus intereses en las “formas” del acontecer político y no en su “contenido”.

    Sin ser responsabilidad exclusiva de los medios de comunicación -ya que los partidos políticos poco hacen por formar a sus simpatizantes para un posterior acceso a la participación real- el fenómeno de la “desideologización” no es ingenuo y existe con la única finalidad de ocultar lo importante, disfrazando la realidad.

    La inconveniencia del debate ideológico nace a fines del Siglo XX, “casualmente” en el norte de nuestro continente, cuando tras la caída del muro de Berlín el politólogo Francis Fukuyama  profetizara el fin de la historia y la muerte de las ideologías en manos de un capitalismo “triunfante”.

   En realidad, el oriental lacayo representante del establishment norteamericano, cumplía con el mandato imperial de imponer “verdades” al mundo periférico, a la medida de sus intereses económicos y estratégicos. Instalar esa “única y válida” ideología capitalista como alternativa insoslayable, completaba el ciclo perfecto donde Estados Unidos se posicionaba como el referente exitoso e incuestionable para todos aquellos países que quisieran asimilarse a él, sin mediar consecuencias

    Puertas adentro, el pragmatismo del Tío Sam había concebido desde su origen un sistema de representación bipartidista –demócratas y republicanos-, tendiente a no negociar el basamento superestructural del país, asegurándose para siempre que en la tierra de “los sueños y la libertad” todos serían democráticamente capitalistas, sin opciones. Es la economía…

  El justicialismo argentino es un ejemplo más de esa “confusión” direccionada, producto de la contradictoria “desideologización” de la política. Por ejemplo, al momento de definirse podemos escuchar a algún político argentino decir que es “kirchnerista” pero no “peronista” y viceversa, lo cual significa un enorme error conceptual. El justicialismo es una  ideología, como lo son el capitalismo, socialismo, liberalismo, neoliberalismo o comunismo. Es el “deber ser” de una expresión que interpreta la realidad nacional, para abordarla desde la praxis política.

  Esta ideología posee su doctrina, el “deber hacer”, puesta en marcha por su intérprete temporal, un líder político: Perón – peronismo, Menen – menemismo, Kirchner – kirchnerismo. Dichos conductores implementaron desde su impronta personal, el contenido ideológico justicialista por izquierda, derecha o centro. Junto a la doctrina, cada uno de ellos mantuvo un “relato”; la explicación conceptual de su accionar destinado a difundir objetivos y beneficios de sus gestiones. De aquí la diferencia entre promocionar un “relato de gestión” y defender una ideología política, siendo éstas dos cosas completamente opuestas.   

  Debemos entender que las ideologías trascienden a sus creadores, mutan y se adaptan a los tiempos que corren. El justicialismo argentino, que naciera como una alternativa original, autóctona y liberadora a los imperialismos beligerantes de mediados del Siglo XX; hoy con apenas setenta años de vida es el sistema ideológico con mayor proyección temporo-espacial en nuestro país; pese a la negación que de él han hecho algunas administraciones autodefinidas como superadoras del mismo.

  Es que mientras las doctrinas desaparecen con sus ejecutantes –seres humanos con defectos y virtudes-, las ideologías los sobreviven con sus transformaciones. Para los políticos de carrera, sería más conveniente definirse como cultores de una ideología, antes que partidarios de una doctrina. Peronistas, menemistas o kirchneristas son justicialistas, quienes con sus matices han interpretado ese contenido referencial, adaptándolo a sus fines con mayores y menores aciertos.  

  El ser justicialista invoca banderas históricas e identitarias muy definidas: “soberanía política, independencia económica y justicia social”. Completa su propuesta con un conjunto de pertenencias populares, que con el transcurso de los años no han podido más que afianzarse dentro de la cultura argentina. La posibilidad de una nación “libre, justa y soberana”, un pueblo “empoderado” con organizaciones civiles y derechos sociales inclusivos inalienables; la certeza del ascenso social a partir del esfuerzo personal y la disponibilidad real de oportunidades provistas desde un estado presente. Todo ello, acompañado de una política exterior que enlaza a la Argentina con Latinoamérica, compartiendo un destino continental común pleno de autonomía económica, hermandad cultural y desarrollo humano. Eso es ideología. Un proyecto original que fortalece al hombre y al estado, desafiando imposiciones internas y externas contrarias a él.  

  Queda claro que el personalismo dirigencial “marketinado”, nada tiene que ver con el sistema presidencialista de gobierno, caracterizado por la división de poderes y una preminencia carismática del poder ejecutivo. Los caudillos populares de otrora, son las nuevas estrellas mediáticas de hoy, donde el envase importa más que el contenido. La superficialidad propuesta instala valores como el individualismo y el egoísmo, contrarios a la cooperación, solidaridad y justicia garantes de un entramado social sólido, inclusivo y armonioso.   

   Las sociedades democráticas valoran e implementan el debate de ideas, priorizando los contenidos sobre la superficialidad política de las formas. Las ideologías no dividen sociedades, los fanatismos doctrinarios sí. Para gobernar con honestidad, eficacia y profesionalismo, debemos reivindicar los contenidos que llevan a solucionar los problemas de todos. Los cambios sociales no se dan por generación espontánea, deben propiciarse desde todos los ámbitos posibles con educación y genuina participación ciudadana. Los verdaderos líderes políticos conducen los cambios, guían, proyectan, avizoran y anticipan realidades para las sociedades,  gobernándolas con ideas no con manuales de buenas intenciones.

   Las ideologías gobernaron, gobiernan y seguirán gobernando el mundo, por ello tenemos que valorarlas, renovarlas, hacerlas asequibles a nuevos destinatarios y realidades; revelando la trampa de la ficción que nos proponen ciertas dirigencias opositoras a ese progreso.

   Sin fanatismos inútiles, con racionalidad constructiva, humildad y pluralidad de voces, será posible ese anhelado cambio político superador, que hoy necesitamos más que nunca, El virus del personalismo dirigencial en política –enunciado por el presidente Fernández- es uno más de  tantos males que deben combatirse con diálogos transversales, devolviéndole  genuinamente la salud al sistema democrático de gobierno en la Argentina, con participación popular, verdad y justicia.

 

*Silvio Javier Arias

Asesor Legislativo

Prof. en Ciencia Política

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